La luz de la mañana caldeaba la habitación, y espantaba a las gélidas sombras de la noche, iluminando el papel, incendiando las vocales escritas en sangre, intercaladas con el bellísimo y transparente cristal de las consonantes. Así empecé mi ajuar de escritora, con los restos del naufragio de un amor maldito que yo oculté bajo la rutina inerte de los días y los meses durante años, y que ahora, liberado del silencio, el sol y las palabras aireaban en cada plaza, en cada cafetería, en el murmurar de los corrillos, siempre atentos a las novedades y chismorreos que pudiesen distraerlos, y hasta hacerles olvidar, una existencia ora altiva y autosuficiente, ora sin dirección ni ilusión, sin presente ni futuro..., y cuyo único sentido era vivir del cuento de las vidas ajenas, de las historias y relatos de sus fracasos, y hasta de sus éxitos, y que tanto me recordaban a mi propia existencia anterior, cuando todavía ignoraba que todo lo que el silencio esculpe tarde o temprano será contemplado, descifrado, y revelado por miradas traidoras, por desalmadas voces, retahílas de vocales y consonantes que el amanecido viento esparce iluminadas hasta que plazas y corrillos las desgasten, y hasta su sombra las olvide y entierre, devueltas ya a su naturaleza, oscuras aves del averno.
"Me desnudó despacio, entre las orquídeas y los lirios vivos que estiraban sus pétalos y me envolvían. Y por arte de magia me creí flor nueva" (Memorias de un sinvergüenza de siete suelas, Ángela Becerra)
miércoles, 24 de septiembre de 2014
lunes, 22 de septiembre de 2014
Aforismo VIII.
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