El sol se desangra
sobre el palacio de arena.
Rojos anaranjados,
brillantes mostazas,
malvas,
morados
tiñen de sangre el marfil.
Ante el palacio, dos puertas,
dos guardianes,
atentos, alertas
al lamento de los niños
robados al atardecer;
al lamento de las madres,
que saben,
que nunca los volverán a ver.
Ya nadie escucha el estrudendo del enemigo,
ya nadie consuela a las víctimas desgraciadas,
ya nadie siente ningún otro dolor
más que el suyo de hoy,
Y aún así, y porque es así,
volverán a oírse una vez más
las voces de las madres,
los gritos de sus hijos.
Y de ellos sólo quedará mañana,
como sólo queda hoy de ayer,
el rugido del viento
que recuerda en el desierto
el futuro que hubo antes
de que la brisa ondulara
ante los colosos de Memnón.