jueves, 20 de enero de 2011

Niños del desierto

El sol se desangra
sobre el palacio de arena.
Rojos anaranjados,
brillantes mostazas,
malvas,
morados
tiñen de sangre el marfil.




Ante el palacio, dos puertas,
dos guardianes,
atentos, alertas
al lamento de los niños
robados al atardecer;
al lamento de las madres,
que saben,
que nunca los volverán a ver.



Ya nadie escucha el estrudendo del enemigo,
ya nadie consuela a las víctimas desgraciadas,
ya nadie siente ningún otro dolor
más que el suyo de hoy,
más que el suyo de mañana.
Y aún así, y porque es así,
volverán a oírse una vez más
las voces de las madres,
los gritos de sus hijos.
Y de ellos sólo quedará mañana,
como sólo queda hoy de ayer,
el rugido del viento
que recuerda en el desierto
el futuro que hubo antes
de que la brisa ondulara
ante los colosos de Memnón.

sábado, 8 de enero de 2011

Versos en blanco.

Escribo y corrijo cada verso.
Pienso y medito cada palabra.
Escucho su melodía, su ritmo.
Verso, palabra, melodía, ritmo.
¿Qué son?
¿Para qué sirven?                        
                                       
Cuentan y ocultan,
revelan y enmascaran
un mundo,
una vida,
una verdad.

Ojos para leer: cegadme con las palabras.
Oídos para escuchar: ensordecedme  con  su melodía.
Bocas para hablar: callad, callad.
Y que alguien guarde mi corazón
en el cofre de cristal
porque yo no existo ya.

sábado, 1 de enero de 2011

Nada.


Cae la noche sobre el cristal.
La luz se ha apagado ya.
Todo es negro, y su profundidad
devora y diluye con fauce animal
el reflejo en el cristal
de la luz de la mañana,
del azul del despertar.
Silencio.
Oscuridad.
No hay nadie.
La vida ha quedado atrás.