domingo, 11 de diciembre de 2011

La memoria.

Rodeada por la oscuridad de mi alcoba, una luz marfil rosado ilumina mis sábanas de seda. Al verlas, tus manos se aproximan hasta mi cama, y su sombra avanza sobre mis piernas, asciende a mis muslos, se esconde bajo el satén blanco de mi combinación, serpentea hasta mi pubis. Allí, tus manos y tus dedos se transforman y paran el tiempo. Su sombra flota hasta mi sexo y juega con mis vellos, medusas de mar turquesa enredadas entre tus dedos,  que amasan mis blandas alas al compás de tu deseo, que convierte en coral tus manos y en ramajes tus dedos, y en tus dedos se  posan cimbreantes las sirenas de los cuentos, y penden en sus cabellos mil orquídeas palpitantes exudando su néctar de ensueño; son sus pétalos hojas de hierba quemadas por el fuego de tus dedos, y su néctar, gotas de rocío y sal ardiendo entre mis vellos, caballitos de mar rizados en oleadas rítmicas de viento, gélidas gaviotas desplegando sus alas llameantes en el firmamento, navegando en pleamar sobre mi vientre las coreografías ardientes del ensueño, de la melodía onírica al compás de tu aliento, de mis sábanas húmedas entre tus dedos, de tu sombra derramada sobre mi sexo, expandido ante el incesante alud de mil recuerdos y de la memoria certera de tu deseo.


Sumida en el sueño (Revello de Toro).

lunes, 31 de octubre de 2011

Pensamiento II: Amarte no fue suficiente.

No fue suficiente esperarte mares, no fue suficiente confiar en ti, ni fue suficiente dártelo todo: mi cuerpo, mi mente, mi alma, mi ser. Amarte fue un papel que interpreté para formar parte de la obra de teatro en que has convertido tu vida, el teatro de las horas y los años, el teatro de las emociones fingidas y manipuladas, de las máscaras del mundo. Amarte no fue el papel principal de tu obra maestra. Amarte fue el merecido premio, el rotundo reconocimiento público de tu magistral talento. Tu más importante galardón profesional. Amarte no fue más que jugar al juego del amor. No fue suficiente el amor para ganar: hizo falta mentir, matar, robar. Amarte es también el propósito y el final de tu triunfo, un triunfo que no fue suficiente para amarme. Triunfar y amar no fueron suficientes para ganar. Para ganar hay que reír, y sólo ríe quien desprecia; para triunfar hay que reconocer la valía del adversario y aprender de él, sólo el humilde lo hace y, por ello,  ama al fuerte y poderoso en su debilidad. Amarte no fue suficiente para ganarte: sólo gana quien trata al otro como objeto, y el que ama ve a su amante como a su propio ser. ¿Quién gana, pues?, ¿quién triunfa?, ¿quién ama? Gana quien domina; triunfa quien ama; ama quien pierde.

Mary Magdalene of the Grotto (Lefebre).
Foto procedente de http://www.magdalenetours.com/



martes, 25 de octubre de 2011

El resto de mí. Capítulo I: Como las gotas de lluvia caen en el mar.

-¿A nombre de quién está la reserva del hotel, por favor?, preguntó Rafael, el recepcionista,
     con su voz cálida y amable.
  - Soy Demi, ¿no me recuerdas, Rafael? La señorita Demi Otser.
  Al oír la voz tantas veces escuchada, el recepcionista subió la mirada y sonrío.
  - ¡Qué alegría verla con nosotros un año más! – y se abrazaron - ¿Y su hermana, la señorita Alexandra Studer, no viene también?
- No podrá acompañarme este año. Está de viaje humanitario en África con Medicus Mundi, forma parte de los médicos españoles que atienden a grupos de refugiados en Kenia.
-¡Qué generoso por su parte!, dijo Rafael, yo no iría ni por el sueldo de 1 año entero. Demasiado riesgo de morir en atentados, una bala perdida, un mal virus, ¡tantas cosas!.
-Ni yo, Rafael, ni yo. Y ella lo hace sin cobrar un solo euro. Pero el destino de las personas está escrito en las estrellas y en el viento. Ella es feliz viajando a África cada uno o dos años, y ayudando a los que nacieron en la parte mala del mundo. Podríamos haber sido nosotros. Pero para conocer la realidad hay que ser valiente e intuitivo, hay que leer entre líneas la verdad de las mentiras.
-Entre líneas, o en sentido inverso, como hacen los chinos, añadió riendo Rafael.
-Es cierto- añadió de repente la otra recepcionista, una bella italiana de ojos verdes y piel marrón chocolate, con su nombre inscrito en la placa de la solapa: Allegra- Ja,ja,ja,  los mismos nombres propios son juegos de palabras llenos de múltiples significados: polisemias, antonimias, sinonimias; nos marcan para toda la vida, y sólo hay que saber leerlos. Durante mis años universitarios hice un curso sobre juegos de palabras: acrónimos, acrósticos, y todo tipo de jeroglíficos y mensajes ocultos tras palabras aparentemente normales; formaba parte de la asignatura de Literatura del siglo XX. Ja,ja,ja. Era divertido.
-Aquí tengo su reserva, 4 días a nombre de la señorita Demi Otser, confirmó Rafael.
- Ésa es. -dijo Demi - Estoy de acuerdo contigo, Allegra, sólo hay que saber leerlos. ¿Es tu primer año en este hotel, verdad? - Demi se dirigió a Allegra en italiano, un idioma que aprendió durante un máster de 2 años sobre Pintura Italiana en Milán, años atrás.
-Sí, soy de la región de Véneto, y llegué a España por amor a un español que hoy es mi marido. Estudié Turismo en Roma y ejerzo ahora como recepcionista de este hotel. Llevo 8 meses.
-¿Ves, Rafael? El destino está escrito en las estrellas y en el viento. Él sopla en nuestro oído cuál será nuestro siguiente rumbo.
- Discúlpeme, señorita Otser, Pero yo para eso miro mi GPS. Y mi mujer es española y de Málaga, como yo, por eso somos iguales en todos, y nos queremos como el primer día, aunque hemos pasado nuestras crisis, pero nos queremos; somos felices. En la vida hay que ir sobre seguro, aventurarse es quedar  a la deriva.
-Ja,ja,ja, -rieron a la vez ambas mujeres. -Pero el amor sopla donde y como quiere, y la felicidad no tiene carnet de identidad ni es patrimonio de una cultura, ni de una geografía, ni de ninguna raza o clase social.
 - ¡Qué jóvenes sois las dos! ¡Si yo os contara cuántas cosas he visto en esta vida...!
-¿Y has visto Venecia? ¡Oh, Venecia, la más bella flor del Adriático!, dijo Demi con nostalgia.
- Mi mujer y yo celebramos allí nuestros 25 años de casados. ¡A ver si llegamos a los 50!
-¡Mmmm¡,  Venecia y sus carnavales son la más exquisita celebración de la vida: escultura, pintura, arquitectura, música, y, por supuesto, la alta costura, los más sofisticados disfraces y  joyas.
-Yo estuve allí con Edgar, mi novio, justo hace unos meses. Nunca lo olvidaré –añadió Demi- Me pidió en matrimonio en una góndola mientras  nos acompañaba un cantante de ópera que habia contratado Edgar, y que entonó mis canciones románticas favoritas. Nunca lo olvidaré. Oye, Allegra, ¿por qué no subes en media hora a mi habitación y te enseño las fotos? Así nos reiremos un poco por la suerte de haber vivido en esa extraordinaria joya del mar. .. Y tutéame, por favor, somos casi de la misma edad.
-Oh, gracias, Demi, ¡qué amable! Puedo pedir 5 minutos de descanso y aprovecharé para ir a tu habitación.

Mientras hablaban, los oscuros nubarrones pasaban a ritmo monótono, chocándose con las gaviotas que revoloteaban cada vez más alto, buscando un lugar seguro donde refugiarse de la lluvia de un agonizante final de verano sobre las playas de Marbella, intentado encontrar un borde en lo más alto del faro, ya a punto de encenderse e iluminar a tantos barcos y barcas en su recorrido nocturno, unos en viaje de placer, otros en busca de los frutos del mar que les asegurasen el sustento. Lo que a Demi le daba la seguridad de estar ya en casa, de que nada malo o imprevisto podía suceder era no sólo el hotel, sino aquel faro azul y blanco, que tantos paseos de Demi y Edgar sobre la arena había presenciado durante años. Faro y hotel eran sustitutos de lo que nunca había tenido antes; le proporcionaban el calor que ni ella ni su hermana Alexandra, ya casada, pudieron encontrar en un hogar roto muchos años atrás por un padre maltratador y una madre dulce y sumisa que aguantó estoicamente hasta que Dios decidió llevarse con Él al causante de todas sus desdichas.  Para entonces, la madre entregada era sólo la sombra de lo que pudo haber sido si se hubieran dado otras circunstancias, y esta raíz en que nacía su vida emocional causaba en Demi un miedo abstracto, como una temida sombra sobre el porvenir que, tarde o temprano, regresaría en busca de lo que consideraba suyo, de lo que siempre le perteneció. Estaba en medio de estos recuerdos trágicos de su infancia y  juventud, cuando vio que la orilla del mar ya se dejaba acariciar por las finas gotas de lluvia. El agua, el mar del Mediterráneo era su verdadero hogar. Volvió a fijarse en Allegra (¡Qué nombre tan bien escogido!, pensó, ¡está llena de ilusión!... Tal vez sea eso, la importancia de un buen nombre...de un buen disfraz para enfrentarte al mundo, de un alter ego que proteja el corazón de los vaivenes caprichosos...). Allegra, que acababa de entregar las llaves de la habitación a una pareja de ancianos jubilados que pasaban allí la celebración de sus bodas de oro, se acercó a Demi y continuó la conversación sobre Venecia. "´Sí, y las mejores máscaras venecianas las encontrarás en...." De repente, el recepcionista español interrumpió la charla de las dos mujeres con su inconfundible acento malagueño. -Señorita Demi Otser, su reserva está confirmada. El botones la acompañará a su habitación en la planta 7, como todos los años, ¿verdad?
-¡Qué buen recuerdo nuestro tienes! Le diré a Alexandra que has preguntado por ella; siempre sueña con visitar Marbella a finales de Septiembre, y con alojarse en la misma planta, y saludaros a todos; ¡nos tratáis siempre tan bien; sois como otra familia! Desde esa planta disfrutamos de la luz del faro por las noches. Y en las mañanas soleadas,  nos encanta  desayunar en la terraza de la suite mientras observamos ese inmenso mar que separa la costa malagueña del otro continente y su borde casi se atisba en el horizonte; un mundo  tan cercano y tan lejano al nuestro. ¡Qué vida tan injusta para algunos y tan fácil y regalada para otros! Me recuerda a los esperpentos de Valle Inclán y a las pinturas negras de Goya. A veces creo que no hay salvación posible para la humanidad.
Rafael la escuchaba mirándola, casi de puntillas; le parecía que Demi, a pesar de estar comprometida con el heredero de una de las familias de empresarios más importantes de Gran Bretaña, a pesar de la pedida de mano en la góndola con música entonada por barítonos contratados para crear el marco perfecto, le parecía a Rafael que, aún así, Demi estaba más triste que nunca, más decepcionada que nunca. Ni siquiera cuando perdió aquel ascenso laboral en Marbella, un trabajo para desarrollar su creatividad en distintas áreas (pintura, literatura, música), para el que estaba sobradamente preparada y que le habría permitido fijar su residencia en la misma ciudad de Marbella, el sueño de toda su vida, ni siquiera entonces Rafael la había visto así; ahora tenía  la mirada perdida en el inmenso ventanal de la entrada al hotel, los ojos fijos en aquellos tercos nubarrones casi negros que se alejaban con mayor rapidez aún que las gaviotas, a las que parecía envidiar en su rumbo a punto  ya de alcanzar el faro, aquel faro blanco que  brillaba encendido en la lejanía, como único refugio posible ante la inminente tormenta. Rafael prefirió  interrumpirla de nuevo para devolverla a la realidad del hotel, a ese lugar ameno sobre el que tanto había escrito Demi en sus artículos filológicos sobre novela pastoril, a ese lugar donde todo eran certezas y seguridades afectivas.
-Ya está aquí el botones.
-Rafael, por favor, me gustaría que me subieran una fondue de chocolate blanco y negro con  fresas, piña y mango troceados, y también una botella de champán.
- En 5 minutos lo tendrás todo en tu habitación, suite 707. Que tengas una feliz estancia, Demi.
-Gracias por todo. Sabéis que os quiero de verdad y que, cuando no estoy en vuestro hotel, os llevo siempre en mi pensamiento... y en mi album de fotos. ¿Será posible que Allegra suba en media hora, Rafael? Es encantadora y me contagia su optimismo y su risa. No será más que un ratito, para enseñarle las fotos de Venecia y de Edgar.
Demi dijo esta última frase como una súplica desde el fondo de su corazón, casi como una llamada desesperada de auxilio. Y Rafael lo notó. Llevaba 30 años como recepcionista en uno de los mejores hoteles de la Costa del Sol, el Marbella Sunshine, y conocía a aquéllas dos hermanas como si fueran sus propias hijas. Demi era la más vulnerable, y por eso accedió a su petición.
- No te preocupes, Demi, no esperamos más reservas hasta mañana a primera hora
  y la recepción estará tranquila  durante la noche. Le daré permiso a Allegra.
- Muchas gracias, Rafael, - y le dio un beso en la mejilla y un abrazo emocionado-. Hasta  mañana entonces.
Y se marchó hacia el ascensor, acompañada del botones, que cargaba sus 2 inmensas maletas y varias bolsas con logos de franquicias caras, lo que dejaba entrever que, antes de regresar al hotel de toda la vida, había pasado una tarde de compras en la milla de oro marbellí.
Antes de que Demi y el botones quedaran ocultos tras  las enormes puertas de oro con celosías labradas, Rafael creyó ver en el rostro de Demi unas lágrimas cayendo por debajo de sus gafas de sol adornadas con las ces entrelazadas de Chanel. La vio abrir con su vestido corto en color nude, en tela finísima, ajustada, ciñendo su cintura estrecha y marcando caderas, llegando el borde  justo por encima de las rodilla,  y se detuvo en el bolso de piel de serpiente en tonos violáceos y rosados,  - un último modelo de Dior, pensó para sí el botones, acostumbrado a la clientela más selecta-, y de aquel bolso sacó un pañuelo blanco bordado en marfil con el que Demi a penas acertaba a secar sus lágrimas. Fue entonces cuando Rafael, que tantos veranos la consolara por el maltrato del padre, tuvo un mal presentimiento. Y comprendió que algo terrible acababa de pasar para que  esa niña que fue capaz de superar una adolescencia y juventud llena de humillaciones paternas hasta convertirse después en esta mujer  adulta cariñosa y de modales exquisitos, llena de talento y con un gran atractivo sexual, esta vez hubiera llegado a su hotel más herida y trémula que nunca, más perdida y oscura que nunca, más bella y sensual también.  Y Rafael sabía la causa de su regreso. Porque Demi venía buscando su único refugio posible; hasta él la llamaban la luz brillante del faro, el vaivén de las olas del mar, el graznido de las gaviotas, y ese olor a  sal que percibía desde que bajó las escaleras del avión. Venía a cumplir el destino que las sirenas le susurraban desde hacía tiempo. Y que con  pulso sensible había retratado en sus pinturas al óleo. Rafael las había visto todas, ya que estuvieron expuestas en el hotel. Y al verla secándose las lágrimas a través de las exquisitas celosías de oro que formaban la puerta del ascensor, recordó todas sus pinturas. Y tuvo un mal presentimiento.
(continuará)

Dedicado a Amy Winehouse. A todos los perdedores del juego del amor.

 S.O.S. (Autor: Pulo)
http://loscuatroelementos.wordpress.com/

sábado, 22 de octubre de 2011

Pensamiento I: Amar o morir.

Sólo cuando cae la noche me doy cuenta de que no hay ningún refugio al que huir. El brillo de tus ojos al mirarme fue el reflejo de las estrellas fugaces que, justo antes de morir, dan un último resplandor, un último intento de aparentar que, lo que pudo haber sido y no fue, en realidad, sí existió. Y es entonces cuando siento la soledad del amante. La estela fugaz desaparece. Y, después, nacida la desnuda oscuridad, mi único espacio real, desprovista ya de su disfraz de luz y de mi antifaz de ilusión, se presenta ante mí, victoriosa: de ahora en adelante, nada me podrá separar de ella, ni del conocimiento de la verdad. Como eterno árbol del conocimiento a la espera del último sol que deje paso a la gran ciudad prometida, así  seré yo al caer la noche: la vida después de ti.

Los funerales de Atala (Louis Girodet-Trioson, Francia, 1768-1824)
Foto procedente de http://quijotediscipulo.wordpress.com/

viernes, 23 de septiembre de 2011

Agua.

Temblando
cae una gota de agua sobre los pétalos abiertos de la flor.
Se desliza insinuante,
resbalando desde el borde interior de la hoja
hasta chocar envolvente con la base del pistilo,
rodeándolo blanda
                                y cálida,
                                                seductora,
esparciéndose,
                            rellenando sinuosa
                                                              cada hueco
humedeciendo el interior de la flor,
extasiándose en cada poro
hasta absorberse
                             y  fundirse.

Ondulando,
cae una gota de lluvia sobre el borde del pistilo.
Se derrama por su interior suave y fresca,
                                                                    transparente,
                                                                                             voluptuosa,
repasando líquida cada curva,
recreando cada cadera del pistilo
hasta traspasar,
                           ya caliente
                                                  y henchida,
la semilla inquieta sobre el lecho dormido.

Desvaneciéndose,
se dejará caer la flor
tras mil lluvias inútilmente resistidas;
soltará sus pétalos abiertos,
                                            ahora exhaustos y vencidos;
se dejará mecer por el abrazo del viento,
rodará entre suspiros de hierba fresca confundida,
transformada por el fuego del deseo intenso del sol
en otra flor,
en un nuevo fruto,
en más mañanas
perfumadas y encendidas.

Rosas  (Antonio López). 
Foto procedente de http://www.detodaslasartes.wordpress.com/

viernes, 5 de agosto de 2011

Dimensiones.

En mi cabeza habitan seres de otro mundo,
espíritus errantes, dolientes sombras,
figuras que del sueño escapan                                    
para esconderse en mi pensamiento.
Desde allí me hablan encarnados en formas
de hombres y mujeres que en otro tiempo vivieron,
de niños sonoros
que en oscuros parajes sufrieron,
de risas de niñas en espacios abiertos.
En mi cabeza habitan seres de fracasos envueltos,
de desafíos muertos, de inconclusos proyectos,
de decepciones llenos.
Necesitan mi voz y mi verbo, mis dedos tecleando su lamento.
Y yo corro tras ellos: sus lágrimas lloro, escucho su acento,
sus huellas persigo, con su pasión me quemo, su estela veo
hasta que al fin,
un día,
la calma recuperen ellos
y yo, mi perdido universo.

The Trouble with Time (Mike Worrall)


jueves, 14 de julio de 2011

Aforismo VII.

Huir hacia delante no es sinónimo de avanzar.


Forest Terminal  (Mike Worrall)
Foto procedente de diaryofanopiumeater.blogspot.com


miércoles, 13 de julio de 2011

martes, 12 de julio de 2011

Aforismo V.

Sólo tres gozos debe buscar tu alma: la alegría de estar vivo y la belleza del mundo que nos rodea. El tercer gozo es la causa y consecuencia de los anteriores: amar, compadecerse, perdonar, arrepentirse, pedir perdón, responsabilizarse  y ayudar, tanto a ti mismo como a todos los seres con los que compartes la vida y el mundo.


Gregory Colbert
http://www.portaldimensional.com/foro/gregory-colbert-t56514.html




                          

Aforismo IV.

Cambia tus palabras y empezarás a cambiar tu vida

                   
Gregory Colbert
http://www.zarzamorarte.com/category/gregory-colbert/

http://silencioactivo.blogspot.com/2009/07/entrevista-en-la-revista-psicologia.html

sábado, 9 de julio de 2011

viernes, 8 de julio de 2011

Solita.

Al amanecer del siguiente día fuiste a recoger verduras al mercado, como tantas otras veces habías hecho acompañando a tu madre. Rajash te sonrío al verte, todavía somnolienta y con ojos de gato asustado; se acercó a ti y te metió unas zanahorias y unos berros en el cesto, mientras te decía: "Cuídate mucho, Ajaya, pórtate bien. La diosa Lakshmi te dará prosperidad.". Tú le respondiste con una inclinación de cabeza y las manos unidas en señal de paz. Después, se alejó. Seguiste andando un rato, por si alguno de los fruteros se acordaba de ti, de tu familia y, apiadándose, te regalaba alguna fruta. Tras más de dos horas vagando, te marchaste a casa con tu comida en el cesto.
Todos en Mumbai sabían de tu desgracia y se giraban al verte pasar. Tus amigos se acercaban a jugar contigo, como habían hecho siempre, pero tú tenías que negarte y salir corriendo. No quedaba más tiempo para los juegos. Y con paso ágil, avanzabas entre las multitudes de hombres y mujeres; unos, andando; otros en bicicleta; los más afortunados, en ricksaw. "¡Cuánto te habría gustado montarte en uno y viajar lejos, muy lejos, más allá de la ciudad, más allá de la capital, hasta el mar, y subirte en uno de esos barcos grandes donde se habían marchardo tus tíos y primos varios años atrás, a la tierra prometida!"
Cuando quisiste darte cuenta, ya estabas ante el gran palacio. Diste la vuelta y entraste por la puerta de servicio. La jefa de cocina te recibió enfadada. "¿Por qué has tardado tanto? El hambre de los señores no espera a una pobre sirvienta huérfana. ¡Deberías darles las gracias por haberte recogido en su casa! Llévales la bandeja con pollo al curri. ¡Llevan un rato esperándote!" 
Le pediste perdón; le diste la razón, y también las gracias, porque prometió no hablar mal de ti al amo.
Es el destino de los niños sin padre, de las niñas sin madre.
Y entraste en el gran salón para servir el almuerzo a los señores, unos ricos comerciantes de seda cuyos hijos, de pocos años más que tú, te miraban con gesto altanero.  Al terminar, pediste permiso para volver a la zona de servicio. Atravesaste el largo pasillo, cubierto de una alfombra persa en tonos rojizos, rosas y verdes sobre la que tantas veces habías bailado cuando nadie te veía, contoneando las caderas al escuchar la música hindú que los hijos ponían en sus habitaciones. "Mmm, mamá, ella sí que bailaba bien la danza del vientre", pensabas para ti; era la única tregua a la autocompasión que te permitías, pensar en tu madre y en sus palabras, tan nítidas y dulces en el recuerdo: "´Tú eres mi hijita querida, Ajaya, la invencible. Si alguna vez estás triste, baila como yo te enseñé. Y piensa que yo estaré siempre contigo, y te ayudaré a seguir adelante  desde mi otra vida hasta que volvamos a encontrarnos. No tengas miedo, ¿me lo prometes, hijita?" " Si, mamá."
Al entrar en la cocina, que tenía una de las paredes llenas de estantes con especias de todos los colores y usos imaginables, cogiste el montón de ropa sucia y, con paso rápido, saliste del gran palacio y la llevaste a lavar a los grandes lavaderos de Mumbai, serpenteando entre las calles, que olían a flores, a incienso, a esperanza en un mundo mejor que, sin duda,  habría de llegarte un día.



 

martes, 5 de julio de 2011

El sueño del escribidor.

Siempre en el recuerdo                                     
se esconde la llave del futuro,
pues no son nuestros hijos
más que la vaga sombra de sus ancestros;
lo que soñamos siendo niños
es el pan de nuestros nietos;
son sus palabras
el eco de nuestro acento;
y sus amores,
el arrullo de nuestros besos.


Cuando el escribidor sueña,
ríe el niño,
piensa el padre
y recuerda el abuelo.
Y así supimos que todas las Penélopes
siempre tejen su tapiz a contraverso;
que un instante de
"esplendor  en la hierba"
 también puede ser eterno;
que la muerte de un amante
"paró todos los relojes,
 desconectó el teléfono";
y que mientras un capitán pirata
surcaba alegre
mares y océanos,
Baltasar y Blimunda
se amaban en su propio universo.
                                                      
   
Tú, que eres narrador sin aliento,
que al sonido de tus palabras
compones la música del sueño,
esculpes otros mañanas
y das esperanza al deseo;
tú, que el porvenir adivinas
y que en nuevo tornas lo viejo,
cuéntanos otro cuento,
mece las olas del tiempo
y sana al corazón enfermo.

*Los versos entrecomillados fueron escritos por los poetas W. Wodsworth y W.H. Auden respectivamente.
                                                     

viernes, 1 de julio de 2011

La casa habitada.


Soledad
(Hoper)
Esta tarde he vuelto a la casa en la que pasé mi infancia, la casa de mis abuelos. La abuela murió de pena 4 años después que el gran y único amor de su vida: mi abuelo. Desde entonces, sus espíritus la habitan. Se despiertan por la mañana, no muy temprano, y desayunan. Mientras la abuela sale a hacer la compra, el abuelo se afeita, escucha la radio, se pasea por el balcón, lleno de geranios y cintas, y da de comer a una pequeña tortuga, Carpanta, que mi hermana le dejó tras marcharse a estudiar en la universidad, y que había convertido en su casa la bañera de la Barby, nuestro más preciado regalo de Reyes. Después, la abuela regresa, le cuenta las últimas novedades del barrio, le hace algún pequeño encargo, y charlan. Al abuelo le gusta salir a pasear a un parque cercano; allí corre el agua en varias fuentes y las ranas chapotean a su antojo; los árboles son altos y las moreras sirven de alimento a los gusanos de seda. En el extremo más alto del parque hay un teatro de verano y un invernadero, y en el opuesto, por donde el abuelo siempre entra, hay una antigua fábrica abandonada donde nos gustaba escondernos de niñas y jugar a los detectives que descubren misterios. Mientras anda, el abuelo se come sus galletas y se distrae mirando las estatuas modernistas repartidas a ambas orillas del camino, como testigos fieles del paseo, siempre atentos a cada caminante que pasa: escolares haciendo deporte con sus maestros, madres paseando a sus bebés, parejas de enamorados y grupos de jubilados discutiendo sobre política, economía y toros.  Y así pasan los abuelos sus mañanas. Por la tarde, tras la sobremesa y un rato de obligado descanso, la abuela cose y el abuelo va a jugar a las cartas al Hogar del Jubilado. Y lo mismo al día siguiente y al otro. Es mentira que su rutina se interrumpiera al morir. Eso sólo sucedió en el breve espacio de 4 años que medió entre la muerte del abuelo y la abuela. Tras la muerte de la abuela, he vuelto a escuchar los zapatos del abuelo regresando de su paseo diario a eso de las 2 de la tarde. Y he vuelto a escuchar a la abuela cantando, algo que dejó de hacer tras marcharse su gran amor. Todos los días oigo también el ruido de las cacerolas, y el del teléfono fijo al sonar. Es una casa habitada. Habitada por sus espíritus, habitada por su energía, que impide que las paredes, las puertas y hasta los muebles cambien. Es falso que las personas mueran. Yo he sido testigo de ello: sólo muere su cuerpo, la seña de identidad más fácil y automática para reconocerlos mientras viven, como también lo es su voz, la cadencia de sus pasos al andar o su olor. Cuando el cuerpo desaparece, queda el interior, que perdura a través del tiempo y el espacio, a través de los acontecimientos, en una espiral de vida interminable eternamente renovada. Ellos viven en su casa, donde siempre corre el viento, en cuyas ventanas se ve pasar las cigüeñas y los gorriones, que tanto observaba y admiraba el abuelo (Mira, mira, fíjate cómo come, me decía cuando yo sólo pensaba en las enormes avenidas de la gran ciudad, llenas de tiendas y cafeterías, de cines y teatros, de edificios altos, y no me interesaba más que lo tangible, tan alejada estaba de lo esencial). Cerré la puerta de su casa al salir, me giré dándole la espalda y, al emprender el camino de regreso a mi rutina diaria, volví a pisar el mismo sendero bordeado de margaritas blancas que, siendo niña, yo arrancaba llena de ilusión para regalar un ramo a mi madre al regresar a casa. 
De todo esto ya han pasado muchos años. Sin embargo, hoy empiezo a recorrer el camino de mis abuelos. Y al visitar su casa esta tarde, me he dado cuenta de que nunca estuvo vacía: ellos siguen allí, dando vida a las estancias, dejando las huellas de sus dedos en cada objeto, y el eco de su voz y de su risa en cada silencio. Y he sabido que un día volveremos a abrazarnos y que ellos me siguen esperando.

lunes, 27 de junio de 2011

Mi único camino es tu piel. (Homenaje a Antonio Machado).

Si lo hubiera sabido antes,
te habría dejado lamer
cada hueco en mí.
Si lo hubiera sabido antes,
las yemas de tus dedos habrían fundido
      - sol en primavera -
la fría escarcha del deshielo,
arrastrado
las hojas secas del otoño,
antes ocultas
tras un  cristalino velo
que ahora se deshace,
                                  se derrite,
                                                    se licúa,
transformado en caudaloso deseo
al paso de tus dedos,
         - brasas en invierno.
Si lo hubiera sabido antes,
nada
ni nadie
nos habría podido separar:
habría atravesado cordilleras,
habría navegado ríos y océanos,
habría rastreado  todos los senderos
que la frondosa vegetación esconde en vano.
Y, aún así,
habría sido demasiado tarde,
habría perdido demasiado tiempo.
            Caminante, no hay camino.
            Se hace camino al andar.
Pero hoy me he despertado antes,
hoy me he duchado y me he vestido,
he salido a trabajar y he vuelto a casa.
Y, al entrar, vi tu imagen en el espejo,
vi tu paraguas,
vi tu móvil,
vi tu llavero
y comprendí
que, aunque no todo es perfecto,
hoy por fin vivo en ti,
duermo en ti,
respiro en ti.
           Caminante, no hay camino,
           sino estelas en la mar.
Me sonríes: estás aquí,
y eso me basta                
para continuar.
Me hablas: tu voz
es brisa, es melodía, es calor.
Me acaricas, me abarcas
con tu piel teñida de sol:
me deshaces, blanda y líquida;
me conmueves: tú, sólo para mí;
me calmas: dame más, sigue así.
Rosas, olas, viento,
                              limón, canela y sal.
            Caminante, son tus huellas
             el camino, y nada más..
Y ya no tengo miedo de mirar atrás.
Vértigo.
Espanto.
Crueldad.
Nada de ello ha vuelto a desvelar
el rostro amargo  de mi otra verdad.
Traición
Envidia
Puñal de oscura maldad
        ...y, al volver la vista atrás,
         se ve la senda que nunca
        se ha de volver a pisar.
Río: vivo en ti.
Me desnudas: estoy aquí.
Me empujas: enrédate en mí.
Me susurras: me abro para ti.
Estrenas mi piel, mi cuello, mis pechos,
mi cintura, mis caderas, mis muslos, mis pies
otra vez...
Delimitas,
marcas,
reconoces
tu presencia en mí.
Jadeo,
derramo
pétalos abiertos
que rodean
el sinuoso centro
de mi ser.
Mis muslos, mis caderas, mi cintura,
mis pechos, mi cuello,
mi piel                
estrenas
otra vez...
Y gimes
oleadas de placer.
Te acaricio.
Tu cuerpo
recorro
-aprendo-
de principio a fin.
Mi único camino
son los puntos cardinales de tu piel.


Los versos en cursiva fueron escritos por el poeta español Antonio Machado.


jueves, 5 de mayo de 2011

A la deriva.

El sol brilla a reventar,
pero su luz no llega a iluminar
lo más oculto del mar,
ni su más profunda oscuridad.
Frío,
gélido mar
cuyas olas ocultan
Tempestad
(Turner)
la tragedia que asola en soledad.
El barco sigue en movimiento,            
se deja mecer con brusquedad,
soportando la implacable
fuerza del viento,
la sucesión
de días y noches,
y la bravura de las olas,
crueles hojas de cristal,
que dirigen el rumbo del barco,
que deciden el destino
del marinero que no despierta
de su amnesia fatal, de su atroz oscuridad.
Mar que robas vidas,
mar que marcas destinos,
muestra benevolencia
por ese anónimo y solitario ser.
No es culpable de nacer,
no es culpable de estar.
Es un no-ser.
Es un no-fue.
Dolor y sangre.
Asfixiante sal,
tú que ocultas tras tu manto
la vida que el marinero sin pasado deja atrás,
no le niegues tu compasión.
Amnesia sin final. Olvido deliberado
para no volver atrás, para no afrontar
la tierra, la casa y los rostros del mal.
                   Azul.
                  A ese marinero a la deriva
                  nadie le puede rescatar.
                  Está a solas con el mar.
Y mientras el sol sigue brillando a reventar,
las olas altivas le azotan sin piedad,
le queman con su sal,
le aplastan con brusquedad
y le empujan sin parar.
Sal,
asfixiante sal.
Azul oscuridad.
El agua negra inunda con crueldad
los pulmones casi ahogados del marinero en soledad.
Olas negras que le azotan y empujan,
altas,
             fuertes,
                             feroces
                                           garras de cristal
rasgan el oscuro sueño de la memoria,
le obligan a mirar atrás,
le hacen desear
un suelo firme sobre el que pisar, 
un aire seco que respirar.
Azote de olas;
de nuevo, la sal.
Sed
de volver.
Más sed
de agarrar
la tierra, la casa, los rostros del mal.
Mar,
negra oscuridad,
ya no puedo respirar más,
ya no puedo ni pensar,
sólo empujar el agua con mis brazos extenuados,
sólo patalear
en busca del equilibrio en el agua,
de un punto de apoyo en el mar.
El sol no da tregua.
Empiezo a recordar...
Cada ola, un rostro;
cada trago de agua salada, un puñal clavado en el alma;
cada brazada, un nuevo paisaje
de sal,
de tierra,
de hierba,
árbol sin hojas
de un pasado del que no puede escapar;
cada golpe de agua, un grito de oscuridad,
un gesto de espanto,
cuerpo deshecho en desgarros,
chorros de sangre diluida en el mar,
jirones de carne que a la tierra van,
como yerma simiente que se arrastra en aras de fecundar,
como río seco cuyo cauce zigzaguea el rastro de un pueblo por habitar,
de unos seres que la muerte dejó atrás,
ignorando
que todo pasado es futuro
y presente fatal.
                Azul.
                A ese marinero a la deriva
               nadie le puede rescatar.
               Está a solas con el mar.



miércoles, 20 de abril de 2011

Conocerás el amor (III y IV)

Las noticias del terremoto seguido del terrible tsunami que asolaron Japón no la destrozaron tanto como saber que Yuto nunca cogió el avión rumbo a Berlín. Él seguía en Japón. ¿Pero por qué? Sus compañeros alemanes la llamaron por teléfono al no encontrarlo en la terminal de Berlín. Tampoco habían podido ponerse en contacto con Yuto. Su móvil aseguraba estar fuera de servicio. La costa noreste japonesa estaba asolada, la central nuclear de Fukushima había sido dañada seriamente, varios trenes bala habían desaparecido, miles de viviendas resultaron dañadas, otros miles de ciudadanos desaparecidos, y de cadáveres y de evacuados. El mundo parecía estar acabando. No había lugar donde esconderse y estar a salvo del destino. ¿Pero por qué?, ¿por qué ahora, que  por fin estamos juntos, después de tantos obstáculos, después de tanto?...
Irene estaba paralizada ante el televisor. Ni siquiera se acordó de llamar al trabajo para avisar de que no iría. Sus ojos, abiertos por completo, esperaban verle en cada imagen del televisor, en cada rostro, en cada nombre.
Permaneció así hasta el día siguiente, cuando su hermana entró en la casa con su llave de emergencia, preocupada porque no le había contestado ninguna de sus llamadas al móvil.
No encontró más que su sombra.
Nada más abrir la puerta, notó una bocanada de aire rancio; la sensación de oscuridad llegaba desde el fondo del pasillo. Allí estaba Irene, con los  ojos hinchados, la cara sonrosada. Sentada en el sofá del salón, rodeada de la agenda de contactos laborales ganada año a año, de pañuelos de papel usados y tirados al azar, formando bolas arrugadas, todas del mismo tamaño. El sonido de la tele no parecía afectarla lo más mínimo, como tampoco la voz de su hermana. No era más que su sombra.
-Irene, Irene. Por Dios.
Nada la importaba más que el sonido del televisor, abierto en el canal 24 Horas.
-Irene, cariño, mírame. Ayer no fuiste a trabajar. Me encontré con tu jefe en el garaje.
El locutor no ampliaba la información. No daban nombres, sólo cifras.
Su hermana se agachó y la abrazó.
-Seguro que estará bien. Yuto estará a salvo.
- No me contesta al móvil.
Era lo primero que había podido articular desde las numerosas llamadas telefónicas a Japón. Casi todas, con su receptor fuera de cobertura.
-No te pongas en lo peor, Irene. Ten fe.
Gimió y gimió durante casi una hora, con las lágrimas cayendo por las mejillas, mezclándose con sus guedejas rubias. No había tomado más que café en las últimas 24 horas.
-¿Por qué no te duchas? Tú siempre has dicho que una ducha cura el mayor de los males.
Irene se levantó a duras penas. Su hermana siempre había tenido un extraño poder sobre ella: el de hacerla levantarse tras la caída. Fue lentamente hasta el cuarto de baño, sacó varias toallas limpias, de colores cálidos (Me recuerdan a mi madre, cuando me abrazaba con sus batas de estos colores; me siento protegida, había dicho al comprarlas en Tokio Midtown unas semanas antes, mientras Yuto la observaba riéndose, Tú crees en el karma, Irene, ja, ja, ja). El agua empezó a caer sobre sus hombros cansados  a la vez que una brisa fresca entraba por las ventanas de todas las habitaciones, inundado la casa de la luz radiante de Málaga. En la cocina, su hermana encendía la radio mientras preparaba algo de comer.
Al salir de la ducha, notó el olor a sal  marina entrando por la ventana del pasillo. Mmmmmmmm. Pero no tuvo más que un minuto de descanso. De nuevo, el dolor. Yuto, Yuto...
-Irene, ven. Te he preparado una tortilla de queso Philadelphia. Te sentará bien.
Irene se arrastró como pudo hasta la cocina.
-Todo saldrá bien, ya lo verás. Nos pondremos en contacto con la embajada y con la universidad de Tokio.
Comió lentamente, intentando valorar cada bocado como el último de su vida, como si retrasar el final de su tortilla conllevara evitar una gran tragedia. Iba a levantar el  vaso de zumo de mango recién exprimido, su favorito, cuando el móvil sonó desde el salón. La melodía de Paul Carrack, Behind those eyes of blue, la avisaba de que al otro lado de la línea la esperaba Yuto.

(continuará)


domingo, 27 de marzo de 2011

Conocerás el amor (I y II)

                                                                                                                    Málaga, 11 Marzo 2011
Yukio Mishima
Querido Yuto,
¿Cómo estás, mi amor? Imagino que tu avión con destino a Berlín llegó ayer, y que te esperaban tus colegas japoneses  para acompañarte al hotel. Nunca creí volver a verte desde la última vez que hablamos, aquel domingo lluvioso y gris, a finales de Mayo, en el café Novelti de Salamanca.  Necesitábamos ultimar los detalles de nuestra traducción conjunta, tú ponías el japonés y el inglés, yo añadía el español y el alemán. Te gustaba aquella cafetería por su aire bohemio e intelectual, y porque "Hacen los mejores capuchinos de Salamanca, mi amor", como tú solías decirme mientras paseábamos bajo los arcos de la plaza mayor. Yo dejé sobre la mesa el libro que estaba leyendo entonces,  El marino que perdió la gracia del mar, de Yukio Mishima, y en la portada se veía la famosa ola azul, con su borde blanco, como una puntilla salina en forma de garra amenazante, decidida a aferrarse a la vida a cualquier costa. Poco podíamos prever entonces que, de nuevo, el  idioma japonés propiciaría nuestro encuentro en la Universidad de Rikkyo, en Tokio, tras 12 años de traducciones constantes que me llevaron por 3 continentes: Europa, América, África. Pero  nunca Asia.


A principios de este año, después de Reyes, decidí matricularme en un master de especialización en Lengua y cultura japonesa  que se impartía en el departamento de Lenguas Extranjeras de Tokio. Lo necesito para  impartir unos cursos universitarios en Málaga, donde resido desde hace 7 años, como sabes. ¿Pensaste alguna vez cómo me irían las cosas, amor? ¿Imaginaste algún día que llegaría a ser  tu alumna? Y después, cuando nos vimos allí, entre otros traductores extranjeros.  En realidad, no necesito escucharte para saber qué pensaste; me basta recordar tu cara, entre sorprendida y asustada, y la emoción contenida con que te acercaste a saludarme al final de la primera clase. Sabes, cielo, sigues siendo igual que entonces: educado, temeroso de ofender en algo, con esa cortesía nostálgica que enmascara un dolor profundo, en disonancia con el mundo. ¡Aún recuerdo lo crueles que fueron contigo los de la empresa de traductores! No te renovaron un contrato ganado con talento, esfuerzo y lealtad durante años. Te hicieron un mobbing para que no ascendieses a presidente de la sede de Lengua Japonesa en una de las empresas internacionales  de traducción más importantes . Y con su desprecio perdimos más que tu trabajo. Porque yo sí seguí trabajando para ellos 5 años más. Los justos para terminar mi doctorado. Los justos para que las circunstancias nos obligaran a separarnos para siempre...hasta hace dos semanas. Cuando lo pienso, veo claramente que la ola de Hokusai, con su fuerza y su rabia, nos ha vuelto a unir, en un intento de satisfacer la justicia poética de la que el marino de Mishima no pudo gozar. Pero nosotros, sí.


Lirios (Katsushika)
¿Te acordaste de comprarme el DVD de la película Puente al sol? Yo nunca la conseguí, ¡y mira que la he buscado en los centros comerciales de EEUU! A mi madre le encantaba esa película, y siempre bromeé con ella diciéndole que también yo encontraría a mi Terasaki y que escribiría un libro sobre nuestra historia de amor, como hizo la norteamericana Gwen casándose con su diplomático japonés poco antes del ataque a Pearl Harbour. Por suerte nuestros países de origen no están en guerra, aunque después de romper no volví a releer la novela. Me recordaba demasiado lo que no pudimos tener. Pero no quiero ponerme triste.  Ya hemos sufrido demasiado, y siempre por culpa de otros. Mi amor, no sabes cuántas ganas tengo de volverte a abrazar, a besar, de sentir tu respiración y tus susurros en mi oído. Sólo cuando nos miramos a los ojos en el jardín de lirios del templo de Meiji Jingu, tras la primera ronda de exámenes, comprendí hasta qué punto no había podido olvidarte. Tu mirada profunda, oscura, tranquila, se volvió inmensa irradiando calor y pasión mientras pasabas tus brazos por mi cintura, después de tantos años... Y cuando volvimos a hacer el amor, me quemabas tanto... era tan fácil dejarse llevar por ese incendio luminoso invisible que me arrastraba hasta ti, que me permitía volver a ser quien soy, quien siempre quise ser, por fin. No quiero volver a perderte, ya no podría soportarlo más. Te quiero, mi amor, te quiero. Y siempre te querré.


Cariño, termina pronto tu trabajo en Berlín, la distancia se me hace insufrible. Yo ya tengo mis billetes para viajar a Japón en Semana Santa, y he hecho las reservas para 10 días de hotel, en el Keio Plaza. Me encanta ese hotel, con sus habitaciones a más de 20 pisos de altura, sus vistas de Tokio iluminado durante la noche. !Mmmm, y echo de menos pasear por los jardines Shinjuku, con sus puentecitos, sus caminos ondulantes y sus árboles japoneses!  No sé cómo, tesoro, pero buscaremos la manera de estar juntos.

Tengo que despedirme, mi amor, el trabajo nunca espera. Te quiero.
  
                                                   Irene

La gran ola en Kanagawa. (Hokusai)