domingo, 11 de diciembre de 2011

La memoria.

Rodeada por la oscuridad de mi alcoba, una luz marfil rosado ilumina mis sábanas de seda. Al verlas, tus manos se aproximan hasta mi cama, y su sombra avanza sobre mis piernas, asciende a mis muslos, se esconde bajo el satén blanco de mi combinación, serpentea hasta mi pubis. Allí, tus manos y tus dedos se transforman y paran el tiempo. Su sombra flota hasta mi sexo y juega con mis vellos, medusas de mar turquesa enredadas entre tus dedos,  que amasan mis blandas alas al compás de tu deseo, que convierte en coral tus manos y en ramajes tus dedos, y en tus dedos se  posan cimbreantes las sirenas de los cuentos, y penden en sus cabellos mil orquídeas palpitantes exudando su néctar de ensueño; son sus pétalos hojas de hierba quemadas por el fuego de tus dedos, y su néctar, gotas de rocío y sal ardiendo entre mis vellos, caballitos de mar rizados en oleadas rítmicas de viento, gélidas gaviotas desplegando sus alas llameantes en el firmamento, navegando en pleamar sobre mi vientre las coreografías ardientes del ensueño, de la melodía onírica al compás de tu aliento, de mis sábanas húmedas entre tus dedos, de tu sombra derramada sobre mi sexo, expandido ante el incesante alud de mil recuerdos y de la memoria certera de tu deseo.


Sumida en el sueño (Revello de Toro).