miércoles, 24 de septiembre de 2014

Del amor revelado, del esculpido silencio.

La luz de la mañana caldeaba la habitación, y espantaba a las gélidas sombras de la noche, iluminando el papel, incendiando las vocales escritas en sangre, intercaladas con el bellísimo y transparente cristal de las consonantes. Así  empecé mi ajuar de escritora, con los restos del naufragio de un amor maldito que yo oculté bajo la rutina inerte de los días y los meses durante años, y que ahora, liberado del silencio, el sol y las palabras aireaban en cada plaza, en cada cafetería, en el murmurar de los corrillos, siempre atentos a las novedades y chismorreos que pudiesen distraerlos, y hasta hacerles olvidar, una existencia ora altiva y autosuficiente, ora sin dirección ni ilusión, sin presente ni futuro..., y cuyo único sentido era vivir del cuento de las vidas ajenas, de las historias y relatos de sus fracasos, y hasta de sus éxitos, y que tanto me recordaban a mi propia existencia anterior, cuando todavía ignoraba que todo lo que el silencio esculpe tarde o temprano será contemplado, descifrado, y revelado por miradas traidoras, por desalmadas voces, retahílas de vocales y consonantes que el amanecido viento esparce iluminadas hasta que plazas y corrillos las desgasten, y hasta su sombra las olvide y entierre, devueltas ya a su naturaleza, oscuras aves del averno.





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